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domingo, 8 de marzo de 2015


Queimada: una mirada sobre la colonozación



El presente trabajo se ocupará del análisis de la película Queimada (1969), del director italiano Gillo Potecorvo, en relación con otras expresiones culturales. Por un lado desde la Literatura inglesa en el drama de Shakespeare La tempestad (1611), y lo que se puede considerar una adaptación de esta última, Una tempestad (2011[1969]) del martiniqués Aimé Cesaire. 

El filme de Pontecorvo está  ambientado hacía principios del siglo XIX sobre el contexto de la colonización europea esclavista en las islas del Caribe. La obra del dramaturgo inglés, así como la reescritura de Cesaire se sitúan a principios del siglo  XVII, en pleno auge colonizador de las monarquías europeas.

En la película del director italiano se observa como el sistema colonial esclavista opera en esta isla del Caribe, sobre la base económica de la plantación de caña de azúcar. En principio esta isla es de dominio portugués, hasta que la llegada de William Walker (Marlon Brando), como el Prospero Shakesperiano, plantea un  nuevo orden. Mediante una revuelta (una tempestad), destierra a los portugueses para que la plantación y el comercio del azúcar pasen a manos inglesas. Esto con la ayuda de los burgueses terratenientes del lugar, entre los cuales encontramos  al “Ariel” de Cesaire. Por supuesto nos referimos a Teddy Sánchez, el burgués mestizo que anhela liberarse del yugo portugués, tal cual se observa con su grito de “libertad” (Pontecorvo, 1969; 36:57).

Si tomamos como referencia los personajes propuestos en La tempestad, se pueden conjeturar algunas analogías con los protagonistas que se exponen en la película de Pontecorvo. Si observamos la figura de José Dolores, el esclavo convertido en líder de la revolución, claramente podemos hallar en él la figura de Calibán. Pero no el Calibán de Shakespeare, ese esclavo sumiso sin mayores expectativas, sino que se destaca la figura de Dolores como el Calibán propuesto por Aimé Cesaire, el que le dice a Próspero: “Para empezar, desembarazarme de vos…Vomitarte (…)” (Cesaire, 1969; 145), tal cual el mensaje de José Dolores: “No beberé más, inglés. José Dolores” (Pontecorvo, 1969; 1:08:06), haciendo referencia a que ya no quiere tener nada que ver con su amo.

Si tomamos conceptos de Edward Said (1990), podemos decir que en la película del director italiano se refleja la “lógica de Balfour” (Said, 1990; 56), en la cual el colonizador al saber que el colonizado es incapaz de un autogobierno lo somete (“¿Quién gobernará la isla José?¿Quién administrará las industrias? [Pontecorvo, 1969; 49:10]). El colonizador somete a la población mediante el conocimiento y el poder. El razonamiento del inglés colonizador que explica Said “hay occidentales y hay orientales. Los primeros dominan, los segundos deben ser dominados”, se despliega perfectamente en Queimada, solo que en este caso habría que decir “hay blancos y hay negros, y los primeros dominan a los segundos”. Cuando William Walker “libera” a la población negra de los portugueses tras una aparente “idea de pacificación de la raza sometida” (Said, 1990; 59), solo está ocultando la verdadera intención llevada a cabo que es la dominación por parte de la potencia imperial.

Ahora bien, volviendo  a la figura de José Dolores/Calibán, encontramos algunas reseñas entre ambos personajes muy sugestivas. Citando palabras de Carbone en su prólogo de Una tempestad; Calibán así como Dolores representan la “imagen colonial del otro como primitivo y bárbaro” (Carbone; Eiff, 2011; 12). Este otro primitivo, de otra raza, debe ser excluido, apartado de los blancos. Próspero echa a Calibán de la cueva ante la posibilidad de que viole a Miranda, lo que implica el tabú del mestizaje al que se refiere Carbone (Op.Cit, 17). Esto lo podemos evidenciar en el filme de Pontecorvo en el momento en que José Dolores enuncia a otros negros que vayan a bailar al pueblo, a lo que Walker plantea que sería mejor que se queden en las aldeas, en clara alusión a tabú de que los negros se mezclen con los blancos (Pontecorvo, 1969; 43:05).

La descolonización que se plantea en Queimada, sería bajo términos violentos, una revolución propiamente dicha. En realidad es una revolución de los burgueses para apropiarse del comercio del azucar, no hay tal descolonización. Lo que sí puede observarse en cierta forma es el cimarronaje, la rebeldía o práctica insurgente de los esclavos que se escapan y se repliegan entre los matorrales de la plantación, llámese ladeira, palenque, quilombo, etc.

Ya en este punto, José Dolores, tal como Calibán, comprende no hay libertad posible que venga de manos de los hombres blancos, o sea de los colonizadores. Ariel reclamaba libertad, así como Teddy Sánchez, pero en realidad nunca serían libres. José Dolores una vez capturado y ya cerca de su ejecución le dice a un soldado de raza negra: ““Si un hombre te da la libertad, no es libertad (…) La libertad es algo que tú solo puedes tomar” (Pontecorvo, 1969; 1:41:21).
Para concluir podemos citar algunos conceptos del ensayo de Retamar Todo Calibán (1993). En la película del director italiano, William Walker personificaría la ideología que Retamar menciona como “la tesis de Próspero” (Retamar, 1993; 44), que ha de ser replegada por Dolores; en palabras de Retamar: “(…) la imposición de Próspero que ha de ceder[1] ante la realidad de Calibán” (Op. Cit; 43).

Gabriel Gaujan, Universidad Nacional de General Sarmiento; 2015.

Bibliografía.

Césaire, Aimé. (2011). Una tempestad,  Buenos Aires: El 8vo loco, 2011.
Pontecorvo, Gillo. (1969). Queimada. Italia/Francia. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=9q1aLoGvX9A
Retamar, Roberto Fernández. (1993), Todo Calibán  (versión digital). Disponible en: http://www.cubadebate.cu/libros-libres/2000/11/14/todo-caliban-roberto-fernandez-retamar-pdf/#.VEIPmPmG91Y.
Said, Edward. (1990) Orientalismo. Madrid: Quibla Libertarias, 1990.
Shakespeare, William. (1611). La tempestad (versión digital).Libros Tauro s/f. Disponible en: http://www.mad-actions.com/docs/the%20tempest_esp.pdf











[1] En cursivas en el original

martes, 24 de febrero de 2015

Emilio y Werther: Ilustración y melancolía.

Introducción.

Durante el siglo XVIII[1] la ilustración  resplandeció como un movimiento cultural, social, literario y político. Los grandes pensadores de este período se opusieron a la ignorancia, a la tiranía, a los credos religiosos y al absolutismo político. El uso de la razón por sobre cualquier dogma era la condición de estos estos hombres, entre los que se pueden destacar Locke, Kant, Humboldt, Schiller y por supuesto Rousseau y Goethe.
El hombre ilustrado se nos presentó como un sujeto crítico, libre, sensible hacia la naturaleza, y desarrollado en todas sus capacidades intelectuales, culturales y sociales. El la célebre novela de Rousseau, Emilio o de la educación (1999 [1762]),  observamos en el joven protagonista un trayecto pedagógico ilustrado que lo forma para la vida social. Este trayecto pareciera culminar[2] en el momento en que Emilio se une a Sofía, la jovencita que le estaba destinada. Todas las pasiones que le fueron vedadas durante su aprendizaje se liberan; aparece la mujer que fue educada para él, y de la mano de ella entra a la vida en sociedad.  Pero,  ¿qué ocurriría si este joven ilustrado no encuentra a la mujer que complete su existencia?, aún más, ¿qué pasaría si la mujer que ama es de otro hombre?
En  Las penas del joven Werther (1970 [1774]), la célebre narración epistolar de Goethe, observamos a un joven artista; sensible ante el mundo natural que lo rodea y abstraído al universo de la letras. Tal cual Emilio, podemos percibir en Werther a un muchacho que ha sido educado bajo los preceptos ilustrados, pero a diferencia del primero, no encuentra su lugar dentro del mundo: “He hecho conocimientos de todo género, aunque sin encontrar una sociedad” (Goethe, 1970, 26).  Aislado en un pequeño pueblo, Werther conoce a una bella joven, Carlota, la mujer que amaría con todo su ser pero que sería la mayor fuente de sus penurias, ya que estaba prometida a Alberto, un muchacho de buena posición social allegado a la familia de la chica.  Así, sin poder adecuarse  a la sociedad y con su amor no correspondido, el joven ingresa en un estado de crisis melancólica que progresivamente lo lleva a la muerte por mano propia.
En este punto nos interrogamos: ¿La educación natural planteada en el Emilio (…), puede desencadenar  crisis melancólicas con un final trágico como el de Werther? ¿Es la ilustración el desencadenante de la melancolía?
 Para el siguiente trabajo se tratará de exhibir que la educación natural, ilustrada e individualista que se plantea en Emilio (…), de Jean Jaques Rousseau, puede desencadenar una melancolía capaz de arrastrar al suicidio. Para ello fundamentaremos la novela pedagógica de Rousseau con la narración de Johann Wolfgang von Goethe Las penas del joven Werther (1970 [1774]). Observaremos los límites y las similitudes entre ambos jóvenes (Emilio y Werther), y nos preguntaremos si la ilustración, el individualismo, y en cierta forma el progreso del hombre, es el desencadenante de la melancolía. Para esto nos apoyaremos también en el célebre Discurso de Rousseau El origen de la desigualdad entre los hombres (2010 [1755]). En este libro el autor plantea que el progreso es el causante de los males del hombre, ya que lo aleja de su estado natural y sustituye la felicidad real por una artificial.

Rousseau: el ideal naturalista frente a la sociedad.

“Todo sale perfecto en las manos del autor de la Naturaleza: en las del hombre todo degenera” (Rousseau, 1999[1762], 1).

Como punto de partida podemos apreciar la distinción que hace Rousseau (1999) entre el hombre en su estado natural y en su estado social. En Emilio (…), se distinguen tres tipos de educación: la de la Naturaleza, que es el desarrollo interno de nuestras facultades innatas y orgánicas; la de los hombres, que es la usanza que aprendemos de ese desarrollo; y finalmente la educación de las cosas, que es nuestra propia experiencia con los objetos (interacción sujeto-objeto). De esta apreciación Rousseau concluye que la educación de la Naturaleza no depende de nuestra decisión, y la de las cosas, solo en una pequeña parte. Por ende, la única educación que está en nuestra mano es la de los hombres. De todas formas, admite que esta última aún es un supuesto, ya que es incierto el curso que tomará esa educación: “¿Quién puede esperar que ha de dirigir enteramente los razonamientos y las acciones de todos cuantos a un niño se acerquen?” (Rousseau, 1999, 2).
Tzvetan Todorov (2008 [1985]), en su análisis sobre el autor suizo Frágil felicidad,  observa esta oposición entre el hombre natural y el hombre social.  El autor plantea que, según Rousseau, el estado natural es el ideal del hombre, pero es imposible volver a él;  mientras que el estado social es lo real y concreto, pero a su vez  decepcionante: “el hombre es irreversiblemente social” (Todorov, 2008 [1985], 87). El filósofo explica que el hombre renuncia al ideal natural porque se torna inaccesible, entonces se vuelca al aspecto puramente social y desnaturalizado. A pesar de esta premisa, hay hombres (como Werther), que optan por otro destino:
“El individuo solitario elige otro camino: conserva por entero el        ideal del hombre natural; pero a causa de esto se ve obligado a poner entre paréntesis la sociabilidad humana, imaginando que basta vivir solo para recobrar el estado natural, tal ceguera, a su vez, no podía conducir a una felicidad duradera” (Ibídem, 88).
En la novela epistolar de Goethe, Las penas (…), nuestro joven protagonista elige vivir de esta forma solitaria: “La soledad de este paraíso es un precioso bálsamo para mi alma, y esta estación juvenil consuela por completo mi corazón, que con frecuencia se estremece de pena.” (Goethe, 1970, 22). Así, notamos en Werther, la experiencia de un muchacho que opta por la soledad de la Naturaleza, ensimismado en una profunda melancolía. Para ampliar esta idea, retomamos a Todorov cuando plantea que el conflicto expuesto por Rousseau es reconciliar el ideal del hombre (su estado natural), con su propia realidad (su sociabilidad). El autor búlgaro-francés explica que Rousseau en su obra cumbre[3] Emilio (…), reconcilia el ideal naturalista junto con la realidad social. Este planteamiento ya había sido profundamente meditado por Rousseau, y lo advertimos en su discurso El origen (…):
“¿qué experiencias serían necesarias para llegar a conocer al hombre natural, y cuáles son los medios de hacer estas experiencias en el seno de la sociedad?[4] (Rousseau, 2010, 21).
Llegado este punto retomamos la pregunta inicial, ¿es la ilustración la fuente de la melancolía? Para poder arriesgar una respuesta, primero debemos preguntarnos si es posible reconciliar el aspecto natural y el aspecto social del hombre, ya que la tensión entre ambos es el umbral de las tristezas. Estos dos estados en conflicto se aprecian en Werther, aún antes de conocer a Carlota:
 “Mucho puede decirse en favor de las reglas; casi lo mismo en alabanza de la sociedad civil (…). Sin embargo, y dígase lo que se quiera, toda regla asfixia los verdaderos sentimientos y destruye la verdadera expresión de la naturaleza.” (Goethe, 1970, 31).
Tras las palabras de Werther en relación al hombre de sociedad opuesto al ser natural, podemos inferir que la desdicha de este joven se gesta mucho antes de sufrir el desengaño amoroso. Las pasiones insatisfechas son el punto culmine de un conflicto generado desde la ilustración. A partir de este punto, y bajo estas premisas, observaremos como la educación propuesta por Rousseau se desarrolla en Emilio, y como esta tensión gestada en el individuo natural arrastra progresivamente a Werther hacia el suicidio.

Sobre las pasiones.

“Digan lo que quieran los moralistas, el entendimiento humano debe mucho a las pasiones, las cuales, según el común sentir, le deben mucho también.” (Rousseau, 2010, 41)

Las pasiones son el punto en donde el individuo puede reconciliar su ser social y sus instintos naturales. Pero también son la fuente de sus máximas desdichas. Juan Jacobo instruye a Emilio advirtiendo que las pasiones deben ser controladas, el sujeto debe abstenerse del amor de pareja hasta haber alcanzado la madurez física e intelectual necesarias para unirse a su compañera. Emilio fue educado al amparo de la Naturaleza, Juan Jacobo insistentemente controló los deseos del joven en pos de su formación intelectual. El maestro reflexiona:

“¿De dónde procede la debilidad del hombre? De la desigualdad que media entre su fuerza y sus deseos. Nuestras pasiones son las que nos hacen débiles” (Rousseau, 1999, 112).
Recién cuando la instrucción lo hace apto para vida social, Juan Jacobo decide que es momento de dar rienda suelta a los deseos de Emilio. Para este menester está preparada Sofía, la jovencita educada bajo los mismos preceptos ilustrados:

“Emilio es hombre y le hemos prometido una compañera. Menester es dársela. Sofía es esta compañera.” (Ibídem, 278).
Emilio no solo entra a las pasiones del amor, sino también se forma como ciudadano social. Las enseñanzas del viejo maestro han dado sus frutos. Tal cual Emilio,  Werther es hombre y necesita de su compañera, ambos son jóvenes (Emilio y Werther), instruidos en las bondades de la Naturaleza, sensibles y cultos. Pero a diferencia del primero, la compañera prometida[5] para Werther pertenece a otro hombre. En el apartado anterior pudimos notar como se gestaba en este joven el conflicto entre el ser irreversiblemente social y el individuo natural, lo que lo llevó al aislamiento voluntario. Esta situación se intensifica ante la certeza de que Carlota no puede brindarle más que su amistad. Es el comienzo de la verdadera tristeza, la alborada de una nueva melancolía, que poco a poco lo arrastran a una crisis que no tendría retorno. Werther, va perdiendo todo de sí; las artes y la Naturaleza ya no impactan en su ser. Asumiendo la imposibilidad de su relación con Carlota escribe a su amigo Guillermo:

“Mi actividad se consume en una inquieta indolencia; no puedo estar ocioso y, sin embargo, no puedo hacer nada.  Mi imaginación y mi sensibilidad no se conmueven ante la naturaleza y los libros me causan tedio. Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada” (Goethe, 1970, 78).
En este párrafo distinguimos cómo se desarrolla la sensación de melancolía ilustrada que tratamos de percibir desde el inicio de este trabajo. ¿Dónde comienza este estado?, ¿cuáles son sus causas? Rousseau en su ya citado Discurso El origen (…), traza la siguiente hipótesis:

 “Por su actividad (de las pasiones) se perfecciona nuestra razón (…). A su vez, las pasiones se originan de nuestras necesidades, y su progreso, de nuestros conocimientos (…). El hombre salvaje, privado de toda suerte de conocimientos, sólo experimenta las pasiones de esta última especie, sus deseos no pasan de sus necesidades físicas” (Rousseau, 2010, 41).
Observaremos que Rousseau distingue el desarrollo de las pasiones del hombre instruido y las del hombre salvaje[6]. Al preguntarse sobre la desigualdad entre los individuos este autor reflexiona que el hombre natural, carente de todo conocimiento, es más feliz que el sujeto ilustrado, ya que sólo satisface sus deseos primarios. Pero, como ya vimos con anterioridad, este estado es meramente utópico en la sociedad moderna. La solución propuesta por Rousseau en Emilio (…),  es, como ya dijimos, nutrir de naturaleza al hombre social, lograr la armonía que sólo la Razón puede dar a los sujetos. Ahora bien, para que esta Razón mantenga los límites de la cordura, debe justificarse en sí misma. Esto es, todo lo que la Razón prometió en el sujeto ilustrado, debe dar los frutos que progresivamente fue sembrando, pero, como ya notamos, esto no es tan sencillo. Para uno de los jóvenes (Emilio), amor, familia y vida en sociedad; para el otro (Werther), soledad, melancolía y muerte. Así, reforzamos la idea de Rousseau, en la que expone la incertidumbre sobre el curso que tomará la educación ilustrada en cada individuo.
 A esta altura y por las similitudes señaladas, se puede inferir que tanto Emilio como Werther fueron educados para el mismo destino, pero, como hemos visto, acabaron de formas totalmente disímiles. En el trayecto que hemos recorrido advertimos paulatinamente los indicios que poco a poco desencadenaron la crisis melancólica ilustrada, y como esta impactó en un sujeto como Werther. Ahora, esta crisis no sólo se debe al conflicto entre sociedad y  naturaleza; y las penas de amor únicamente agudizaron esta disputa interna. Pero, para llegar al trágico final que apreciamos en la novela de Goethe aún nos falta un eslabón más. Otro peldaño que deberemos sortear para corroborar si efectivamente la ilustración es el umbral de la melancolía.

El individualismo y el sujeto moral.

“Vano es que la hora de la muerte esté distante del punto del nacimiento: sobrado breve será la vida, sino se llena bien este espacio” (Rousseau, 1999, 151).

Volvamos al inicio, retomemos la distinción propuesta por Rousseau entre la educación natural y la educación social. Todorov (2008), con respecto a esta doble apuesta, arriesga una distinción entre dos etapas. La primera etapa de formación,  que va desde el nacimiento hasta la “edad del juicio”[7], es la “educación individual” (Todorov, 2008, 92). Tal como percibimos en los tres primeros libros del Emilio (…), esta es la fase del individualismo, la naturaleza, el conocimiento de sí mismo y, en cierta medida, el aislamiento del resto de la sociedad:

“Bien veis que hasta aquí no he hablado de los hombres a mi alumno (…). No conoce otro ser humano que a sí propio (…). Todavía casi no es más que un ser físico; sigamos tratándole así.” (Rousseau, 1999, 132).
La segunda etapa de formación, a partir de mediados de  la adolescencia, es la “educación social”[8]. Durante esta fase se aprenden las relaciones con la humanidad y las “virtudes sociales”, tal como la caridad, la compasión, y por supuesto, la moral. Todorov analiza en profundidad esta segunda etapa e interpreta que con la sociabilidad se adquiere el sentido moral:

“No sólo virtud y moral existen en sociedad, sino que no son sino una consideración de la existencia de los demás; se definen por la posibilidad de extender la misma postura a todo el género humano; es moral lo que es universalizable” (Todorov, 2008, 97).
El individuo moral y social es fuertemente interpretado por Rousseau. Una vez que Emilio ingresa a la ya mencionada “edad del juicio”, Juan Jacobo le inculca las nociones de moral y la compasión, a discernir el bien y el mal:

“Al fin entramos en el orden moral (…) probaría a demostrar cómo de los primeros movimientos del corazón se originan las primeras voces de la conciencia, y como de los afectos de amor y odio nacen las primeras nociones del bien y el mal.” (Rousseau, 1999, 172).
Está claro que, para Rousseau, estos conceptos morales son un privilegio de los hombres ilustrados, y sólo pueden ser alcanzados por la luz de la razón:

 “Hiciera ver que justicia y bondad[9] no sólo son palabras abstractas (…), sino verdaderas afecciones del alma iluminada por la razón” (Ibídem)
No sólo en su juicio moral instruye Juan Jacobo a Emilio, sino que también le enseña a ser un ciudadano social: “No está Emilio destinado a vivir siempre solitario; miembro de la sociedad, debe desempeñar sus obligaciones” (Ibídem, 254).
Ahora bien, tal cual Emilio, observamos en Werther a un individuo en el que estas nociones de moral y compasión están fuertemente arraigadas. Esta virtud moral, que es el fruto de la razón, es el último escalón que lleva al joven enamorado a no poder optar por otra salida más que el suicidio.  Progresivamente notamos en la novela de Goethe como nuestro joven protagonista se debate entre sus instintos naturales, y su moral como ciudadano. Sus deseos de poseer a Carlota se ponen en tensión con su ética moral:

“Más de cien veces he estado a punto de arrojarme a su cuello (…). Apoderarse de lo que se ofrece a nuestra vista y nos embelesa, ¿no es un instinto propio de la humanidad?” (Goethe, 1970, 121).
Este conflicto, es ampliamente profundizado por Rousseau en El origen (…). El hombre natural, que sólo compensa sus instintos, vive en estado de plena satisfacción: “El hombre salvaje cuando ha comido, hállese en paz con la naturaleza, y es amigo de todos sus semejantes” (Rousseau, 2010, 113). Pero, como ya hemos notado con anterioridad, la regresión al estado natural plenamente salvaje es una mera utopía. Así como Emilio, Werther está destinado inexorablemente a ser un sujeto dentro la sociedad, y con ello un sujeto moral. El joven enamorado se debate constantemente entre sus deseos y su ética, no encuentra la forma de solucionar este conflicto generado en el hombre ilustrado. No puede ver concretados sus deseos, piensa, imagina, trata de reafirmarse a sí mimo lo que es justo y humano, pero no puede escapar de sus instintos naturales, a esta altura irreconciliables. Llega a considerar la posibilidad de matar a Alberto, a Carlota, o a él mismo. El dilema moral en el que se halla lo dirige hacia una única salida de esta crisis generada por la razón; el suicidio:

“Es cosa resuelta Carlota: quiero morir (…) Es preciso que uno de los tres muera, y quiero ser yo (…). Más de una vez en mi alma desgarrada ha penetrado un horrible pensamiento: matar a tu marido… a ti… a mí. Sea yo, sólo yo; así será.” (Goethe, 1970, 148).
Conclusiones.

Hasta aquí pudimos observar cómo se desarrolló la educación ilustrada en jóvenes como Emilio y Werther, y el rumbo que tomó esa educación en cada uno de ellos. Esto nos permite estar de acuerdo con Rousseau cuando habla de la incertidumbre de la educación; no sabemos que curso tomará en cada sujeto. Pudimos advertir que la ilustración, y el uso de la razón no es garantía alguna de felicidad.  El hombre en estado natural salvaje, planteado por el autor citado, vive para satisfacer sus deseos, por ende es más feliz que un hombre educado. Pero como ya hemos notado, es impensable que el hombre moderno regrese a su estado salvaje. Rousseau, en su discurso sobre la desigualdad, advierte que el progreso produce malestar en el hombre y que este era dichoso en su estado salvaje, pero no podemos pasar por alto que este magnífico análisis es una especulación utópica. De todas formas, las reflexiones propuestas en El origen (…), llevan a que Rousseau retome el ideal natural conciliado con la realidad social en el Emilio (…)[10].
Ahora, con respecto a la pregunta que dio inicio a este trabajo, ¿es la ilustración la que desencadena la melancolía? , tenemos que retomar el recorrido propuesto para esbozar una respuesta. Por un lado observamos que la educación ilustrada que propone Rousseau en el Emilio (…), requiere una conciliación del conflicto entre el hombre natural y hombre social. Hemos visto a su vez, que esta tensión no siempre se resuelve en forma satisfactoria, y la soledad reflexiva que propone la razón se puede convertir en aislamiento social. Ya desatadas las pasiones, el hombre vuelve a otra puja: desatar sus deseos, propios del instinto del hombre natural; o acatarse a los preceptos sociales de la moral y la cultura. Goethe, en su novela epistolar, aprecia y reproduce de forma magistral como estos conflictos impactan en los jóvenes ilustrados del siglo XVIII.
Por todo esto podríamos llegar a concluir que la melancolía es consecuencia de la ilustración, pero esto es una verdad a medias. Por el camino que hemos recorrido estamos en condiciones de afirmar que la melancolía es parte de la ilustración. La razón humana no puede concebirse sin estos conflictos, sin estas contradicciones. Ahora bien, si observamos el final trágico de la novela de Goethe, notamos que la tristeza que se genera en el protagonista, no es por ser ilustrado, sino por no saber cómo resolver el conflicto que la razón propició en él. Ilustración y melancolía, tal cual el título de este trabajo, reflejan el sentimiento de una época, un período en que se destacan la razón, el conflicto, la educación, la sociedad, la moral y la cultura.
Gabriel Gaujan, Universidad Nacional de General Sarmiento, 2014.

Bibliografía


Goethe, Johann Wolfgang von; 1969 (1774), Werther. España: Salvat Editores. 1970.
Rousseau, Juan Jacobo; 2010 (1755), El origen de la desigualdad entre los hombres. Buenos Aires: Ediciones Libertador, 2010.
Rousseau, Jean Jaques; 1999 (1792), Emilio o de la educación. México: Editorial Porrúa, 1999.
Todorov, Tzvetan; 2008 (1985), Frágil felicidad. Barcelona: Editorial Gedisa, 1987.




Notas


[1] Hablamos del siglo XVIII porque este es el momento de apogeo máximo del movimiento ilustrado. Si nos apegamos a períodos históricos podemos decir que la ilustración como corriente cultural, intelectual, y literaria  se extiende desde finales del siglo XVII hasta principios del XIX.
[2] En realidad, este trayecto lejos de culminar se presenta como un punto de nuevo comienzo. Sería el despertar a la vida social, a la adultez y al amor. Lo que culmina aquí es el trayecto pedagógico que abarca la niñez-adolescencia.
[3] Todorov explica que Rousseau considera el  Emilio (…),  como la cúspide de toda su obra.
[4] En cursivas en el original.
[5] Aquí utilizo el término “prometida” porque a pesar de Charlotte está comprometida  con Alberto, Goethe deja entrever que ella y Werther tienen una afinidad común, una sensibilidad y un amor mutuo que no puede concretarse.
[6] Llamamos aquí instruido al hombre social que indefectiblemente forma parte de la cultura. El individuo salvaje es el ideal utópico que plantea Rousseau sobre la vuelta del hombre a su estado natural.
[7] Todorov aquí concibe el término utilizado por Rousseau, La edad del juicio”, para distinguir un punto de transición dentro de la adolescencia (alrededor de quince años estima).
[8] Podríamos decir que esta etapa de educación social se aprecia en los libro IV y V del Emilio (…).   
[9] En cursivas en el original.
[10] Tzvetan Todorov en Frágil felicidad, observa que en Emilio (…), Rousseau trata de conciliar con la realidad social el hombre natural propuesto en el discurso El origen (…).